
Ella quería volver, deseaba sentir el rocío del pasto de su casa, el rocío que generó la noche, aquella noche en la que ella fue mujer. A partir de eso, miraba las estrellas y no dejaba caer más de tres lágrimas, una por ella, una por él, y otra por sacrificar su alma pura y feliz, para conseguir algo más. Pedía, junto con su llanto de sirena, que regresara esa noche, y que las lágrimas fueran convertidas en rocío, y que cuando él la viera en el cielo, su rostro se llene de esas gotitas...
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