jueves, 11 de noviembre de 2010

“Hagamos el amor”. salvo que sea algo en serio. Cojamos. Dios, no! Sexo. Que les duela.

Sexo. Debería ser considerada una palabra non sancta. Cuando decís sexo, de alguna forma, esperás que la gente se horrorice, o los demás se horrorizan porque vos no te horrorizás por decirla. Horrible. Además, no hay palabra que le quede mejor que esa. Sexo. Sintética, simple, sencilla, perfecta. “Hagamos el amor”. Muy cursi, salvo que sea algo en serio. Cojamos. Dios, no! Sexo. Que les duela. Lo peor del sexo, sin embargo, radica en practicarlo. Y lo mejor también, por supuesto. Nada genera más miedo que la simple idea de defraudar al acompañante, sea hombre, mujer o el género de moda. Decepcionar, no ser tan ¿bueno? Como se esperaba. ¿Realmente alguien espera algo del otro, en materia sexo? La primera vez de una pareja, sea o no la primera vez de cada uno de sus miembros, siempre revela toda la confianza o la falta de ella que todos tenemos, la necesidad de probar ante el otro que somos... ¿qué? Máquinas sexuales. Creo que pocas personas podrían soportar estar con máquinas sexuales. Quiero decir, quién soportaría que la otra persona sea experta en la materia y no poder devolverle la gentileza con propiedad? Demasiada confianza, entonces. Claro que la confianza, del único lugar que viene, es de la experiencia o del amor. En cuanto a la experiencia, es relativo. Pero el amor... el amor es todo. Si dos personas se aman, el sexo viene a ser un complemento y no un motivo de suma o resta, aunque a la larga, pesa. Si alguien puede abrirse, desnudarse y estar con otra persona en su total esplendor, liberada de todo cargo y culpa, y así y todo no se siente juzgada, de algún modo es amor. El amor que todo lo puede. No lo amo. Pero lo quiero, de alguna forma. Necesito confiar más en él, pero no ahora...

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