jueves, 30 de diciembre de 2010

Impulsos comentí, fallé, herré, pero de eso aprendemos a vivir bien

Impulsos. Digamos que son como una inequívoca necesidad del ser humano. Actuar por necesidades automáticas, creadas, quizás, en el mismo instante, la misma urgencia de vivenciar situaciones que no son reales intenciones, sino inimitables e irrefrenables deseos de hacer algo que en otras ocasiones seríamos incapaces de hacer. Un poco, es el morbo de hacer aquello que, sabemos, sólo podríamos concebir en ese nanosegundo, ese volátil flechazo que sentimos cuando es inocuo el razonamiento que creamos, que nuestra mente nos induce para evitar la locura, el desparpajo. Impulsos. ¿Qué sería de nuestra vida sin ellos? ¿De qué nos arrepentiríamos, si no existieran? Imaginá un mundo donde todo lo que puedas llegar a hacer estuviese pensado no una, ni dos, sino tres veces. Tres filtros indestructibles e indetectables al ojo humano, tres barreras que superar antes de poder actuar con ‘libertad’. Sería aburrido. Al día siguiente de cada acto, no podríamos plantearnos si ‘en vez de hacer esto hubiese hecho aquello, ¿qué hubiese ocurrido?’, no aprenderíamos del error, no cometeríamos, prácticamente, errores, estaríamos vagando en situaciones inocuas, reflexiones intuitivas a acontecimientos inexistentes, meras imaginaciones de momentos irreales, sólo sucedidos en nuestra mente, esporádicas muestras de realidad en instantes particulares, reflejos de una vida en nuestro cerebro podrido.

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